Créditos: Revista Visión Frutícola

Es una de las especies frutícolas de más reciente domesticación. Sus pequeñas bayas de color azul atraen el interés de los consumidores por sus propiedades nutracéuticas que las sitúan en la categoría de superalimento. Su historia en América del Sur se remonta a fines de la década de los setenta. ¿Cómo fueron sus inicios en la región? 

Alimento de tribus de cazadores-recolectores. Un valioso recurso que encontraron los peregrinos que llegaron a Plymouth en 1620, que los wampanoag les enseñaron a consumir y que hasta el día de hoy forma parte del menú tradicional de Acción de Gracias en Estados Unidos. Samuel de Champlain, fundador de Quebec, Canadá, se refería en 1615 a los arándanos como “maná para el invierno”.

Su origen es incierto, situándolo muchos en Norteamérica y otros tantos en el norte de Europa, norte de África y Asia. Lo cierto es que pasaron de ser un fruto silvestre a ser cultivado con fines comerciales hace algo más de un siglo. “Es una de las especies frutícolas de más reciente domesticación, porque aquello ocurrió a principios del siglo XX. En 1911, en el Estado de Nueva Jersey, se generó la primera variedad destinada a la plantación por los agricultores”, explica el ingeniero agrónomo Carlos Muñoz Schick, PhD de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile y quien trabajó en el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) con las primeras plantas de arándanos que llegaron a Chile.

El experto precisa que en realidad el arándano no es una especie, sino un conjunto de ellas, todas pertenecientes al género Vaccinium de la familia de las Ericáceas. Sin embargo, una es la más cultivada a nivel mundial: Vaccinium corymbosum o Highbush blueberry, como se le conoce en inglés y que actualmente ocupa una superficie de casi 250.000 hectáreas, con una producción total de cerca de 2 millones de toneladas. China ocupa el primer lugar en superficie plantada, seguida de Estados Unidos, Perú, Chile y Canadá.

Excelente fuente de vitamina C, manganeso, fibra dietética y propiedades antioxidantes, entre otros atributos, este arbusto perenne tiene particulares exigencias edafoclimáticas para su cultivo, lo que hizo que en sus comienzos fueran pocos los países productores. Con el tiempo se fueron derribando algunos paradigmas, lo que permitió que se sumaran nuevos actores a la escena.

Muy consumido en EE.UU. y Canadá, en América del Sur era un fruto desconocido. Su llegada a la región fue por etapas, con Chile como pionero, seguido de Argentina. Con cimientos ya más sólidos, entró Perú y se convirtió, en pocos años, en protagonista de esta industria.

AL SUR DEL CONTINENTE 

Créditos: Revista Visión Frutícola

La zona sur fue el lugar elegido para la llegada de los primeros arándanos a Chile y, con esto, dar inicio a su cultivo formal en Sudamérica.

Estas pequeñas bayas azules son especies acidófilas y calcífugas, es decir, prefieren suelos ácidos y con bajo contenido de calcio, “razón por la cual decidimos evaluarlas en las estaciones experimentales del sur de Chile, donde predominan los suelos trumao, que son derivados de cenizas volcánicas, tienen pH ácido, contienen poco calcio y tienen porosidades relativamente altas”, precisa Muñoz.

En octubre de 1979 llegaron las primeras variedades, todas de V. corymbosum: Berkeley, Coville, Earlyblue, Herbert y Jersey. En diciembre de 1982, el catálogo creció con Atlantic, Bluecrop, Bluerey, Concord, Rancocas, Stanley, Bluejay, Bluetta, Collins, Elliott, Northland y Patriot. “Luego, en diciembre de 1985, decidimos importar también variedades del llamado arándano ojo de conejo o Rabbiteye blueberry, que pertenece a la especie V. ashei. Ingresaron entonces 16 variedades, varias de las cuales se cultivan hasta hoy: Brightwell, Centurion, Tifblue, y Woodard. Estos arándanos son más productivos, tienen mejor postcosecha, pero la fruta es de inferior calidad que los Highbush”, explica Muñoz.

En la misma época, la Universidad Austral también desarrollaba ensayos de similar tamaño en frutales menores, e inició un programa de introducción y evaluación de arándanos centrado en variedades Highbush.

En un escenario marcado por la crisis económica de los años 80, la mayor desde la recesión mundial de la década del 30, en la entonces Región de Los Lagos, en el sur de Chile, quebraron varias empresas lecheras, ganaderas y agrícolas. Los berries aparecieron como una actividad productiva a explorar y los arándanos eran parte de esta canasta de cultivos que se buscaba impulsar.

“La Fundación Chile, que había nacido de un convenio entre el gobierno de Chile y la ITT Corporation, quería desarrollar un proyecto que considerara cultivos muy intensivos en mano de obra y que fueran exportables, de manera de, por un lado, generar empleos y, por otro, traer dólares”, explica José Plutarco Dinamarca, ingeniero agrónomo y quien lideró Berries La Unión, primera empresa en producir arándanos de manera comercial en Sudamérica.

Para dar vida al proyecto se sumaron destacadas familias y empresarios de la zona sur, en una sociedad que permitió reunir el capital necesario. Un campo en la localidad de Choroico, La Unión, fue el escenario para esta plantación de unas 50 hectáreas de variedades modernas de frambuesas, zarzaparrillas rojas y negras, moras híbridas, grosellas… y que consideró también 10 hectáreas de arándanos.

“Esta fue la primera empresa productora, procesadora y exportadora de berries en el sur y la primera en Chile en la mayoría de las especies y variedades, lo que le otorgaba la condición de pionera. Ahí se formaron muchos de los profesionales, técnicos y trabajadores especializados en estos cultivos que antes no existían en el país, y fue una fuente de trabajo masivo para las mujeres, que hasta ese entonces no tenían tantas alternativas laborales”, cuenta Dinamarca.

Llegado el momento de elegir las plantas, viajaron a Estados Unidos a visitar viveros. El elegido fue uno en South Haven, a orillas del lago Michigan.

La zona sur fue el lugar elegido para la llegada de los primeros arándanos a Chile y, con esto, dar inicio a su cultivo formal en Sudamérica.

“Identificamos un par de variedades de producción más temprana, otras dos de producción intermedia y finalmente dos de producción tardía, con la intención de comenzar la cosecha en La Unión, 750 kilómetros al sur de Santiago, a mediados de diciembre y terminarla ojalá a fines de marzo o mediados del mes de abril. Queríamos extender lo más posible la curva de producción y en esa época, cuando íbamos a ser los primeros productores de arándanos en Chile, no sabíamos en qué momento el precio era más alto”.

Las plantas de arándanos -a raíz desnuda en esos años- hicieron el viaje en dos contenedores marítimos de 40 pies, con frío, para arribar un mes más tarde a su nuevo hogar. En Estados Unidos esas plantas estaban en receso y la idea era desembarcarlas en San Antonio, llevarlas a un frigorífico cercano -ya que en el sur eran escasos- y mantenerlas ahí hasta el momento de plantarlas en mayo o junio. “De esta manera hacíamos pasar dos inviernos seguidos a las plantas y, después, en la primavera en Chile, empezaban a brotar, transformándose de gringas a chilenas”, explica Dinamarca.

Saliendo de South Haven, la ruta consideraba pasar por el Canal de Panamá, cerca del Ecuador, por lo que era muy importante conservar la temperatura dentro de los contenedores para que las plantas no comenzaran a brotar. Al llegar al puerto de San Antonio y revisar las cartas térmicas, se dieron cuenta de que uno de los contenedores había llegado a los 20°C.

Cuando los inspectores del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) lo abrieron, “las plantas no habían hinchado yemas, pero apareció Penicillium, que es un hongo cosmopolita, por lo que decidieron destruir toda la partida por fuego”, relata Dinamarca. “He llorado pocas veces en mi vida, y cuando quemaron las plantas lo hice porque se ponía en peligro un proyecto que era importante para el país, por el trabajo que habíamos realizado, y lo que más pena me daba era la incomprensión de los especialistas”.

Después de cobrar el seguro, partió nuevamente a EE.UU., al mismo vivero, en busca de nuevas plantas. Pero esta vez, para aminorar posibles riesgos, el regreso fue en avión. “Poco menos que me vine sentado arriba de las plantas”, recuerda con humor. En esta oportunidad no tuvieron problemas para ingresar y, cuando fue el momento, las llevaron a Choroico. Las dispusieron a la distancia que se usaba en EE.UU. y plantaron 10 hectáreas con 6 variedades de arándanos.

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*Artículo original de la Revista Visión Frutícola